Afectamos al entorno y a su vez estas modificaciones también nos afectan. Es un fluir e ir adaptándonos constantemente. A veces salimos bien parados y otras no tanto. Y en realidad, no es tan importante al final el saldo, como la historia y enseñanza que este hacer va dejando en nuestras vidas. Estamos habituados a premiar el buen resultado, a la alabanza de aquel que consigue sus metas. Metas que son más enardecidas en la medida en que coinciden con los valores materialistas que una buena parte de la sociedad occidental quiere vendernos en la pretensión de que estos objetivos sean a su vez materiales. Y esta aritmética aplicada desde la infancia a la adultez nos ha convencido, o la hemos asumido sin cuestionar, de que nuestra valía, el valor de lo que somos, está ligada a la consecución de estos resultados. Demasiado simplón, conseguir objetos, poder, reconocimiento por un estatus... y ser valioso y feliz. No conseguir, ser un fracasado, un paria, sin brillo ni luz