OBSESIONADOS CON EL RESULTADO

Afectamos al entorno y a su vez estas modificaciones también nos afectan. Es un fluir e ir adaptándonos constantemente. A veces salimos bien parados y otras no tanto. Y en realidad, no es tan importante al final el saldo, como la historia y enseñanza que este hacer va dejando en nuestras vidas.

Estamos habituados a premiar el buen resultado, a la alabanza de aquel que consigue sus metas. Metas que son más enardecidas en la medida en que coinciden con los valores materialistas que una buena parte de la sociedad occidental quiere vendernos en la pretensión de que estos objetivos sean a su vez materiales. Y esta aritmética aplicada desde la infancia a la adultez nos ha convencido, o la hemos asumido sin cuestionar, de que nuestra valía, el valor de lo que somos, está ligada a la consecución de estos resultados.

El valor de un ser humano no está vinculado a los logros, al ser un conseguidor, no es algo negociable, canjeable por algún beneficio que dé puntos. El ciudadano que surgiría de ello sería un optimizador nato, individualista, ambicioso, calculador en todos sus movimientos.

La sociedad se levanta entre personas que conviven buscando sus objetivos pero estos no son metas insolidarias y autocomplacientes sino más bien proyectos que intentan hacerla mejor, no dejar a nadie fuera, excluido, porque está demostrado que la retirada del apoyo social hace que el estrés de los sucesos negativos de la vida impacte con toda su crudeza en el individuo. Las neuronas espejo pudieron ayudarnos a engañar a los demás, anticipándonos a sus intenciones, sin embargo también son en soporte biológico que permite la empatía y que el sufrimiento de Pepito o Juanito nos afecte. De ahí la relavancia de no quedarnos con la cifra, con el resultado desnudo sin más. 
Nuestro compromiso tendría que adquirir una mirada más profunda.

Pensemos en reforzar el esfuerzo que las personas realizan para obtener algo, el esfuerzo, el valor de cultivar la confianza y la fe, la disciplina y la dedicación. Ello fortalece nuestra autoestima, de manera que aunque no alcancemos nuestros deseos confiamos en que hemos hecho lo mejor que sabemos y podemos. Ello va a curtir nuestro carácter, perfilando nuestro temperamento, y no nos va a desestabilizar pues vamos a poner nuestra felicidad en ese “ir haciendo” sin apegarnos insanamente a sus frutos.

Detengámonos un instante en observar la infancia de nuestros pequeños.

Si un niño crece en la hostilidad, en el individualismo en vez de en la cooperación, en la competición sin freno, va a aprender a sentir rabia, odio, se va a experimentar como aislado de los otros, a los que sólo va a ver como rivales a los que hay que derrotar. ¿Qué mundo va a percibir con esos priorismos? Para él, el mundo va a ser un lugar hostil, difícil, inseguro en el que vences o no eres nada.

Qué distinto si a este mismo niño le enseñamos a confiar en sí mismo, en su capacidad, en su esfuerzo, en que colaborar, a ganar y a perder sin deprimirse por ello. Su mundo, en ese caso se presenta muy distinto. Lo sentirá como un lugar seguro en el que puede vivir sin ansiedad.


De BCNpsicoterapia por María José Poz