ESA PRESIÓN QUE NOS HACE DECAER
Se despierta.
Una presión le hace sentir le cae.
Ha pasado una noche agitada, dando vueltas a un lado u otro de la cama intentando conciliar el sueño. Tal vez tiene insomnio, o se despierta un par de horas antes de lo acostumbrado. O siente la necesidad de dormir más, buena parte del resto del día.
Una presión le hace sentir le cae.
Ha pasado una noche agitada, dando vueltas a un lado u otro de la cama intentando conciliar el sueño. Tal vez tiene insomnio, o se despierta un par de horas antes de lo acostumbrado. O siente la necesidad de dormir más, buena parte del resto del día.
Su ánimo es triste, o quizá siente que su afecto está como anestesiado y vive en un magma de apatía e incapacidad de sentir placer. Las actividades que hacía con las que disfrutaba de pronto no le dicen nada, no siente ánimos para levantarse del sofá, como si cualquier situación que antaño fuera reforzante hubiera perdido sobre usted el poder de esa motivación que le empujaba a participar de la vida.
Acaso la emoción no es precisamente tristeza, vista desde más cerca, sino una burbuja de irritabilidad que se expande en todas las direcciones y que genera una cierta conflictividad a poco que otro le increpe.
El mundo se reduce dramáticamente, hay una inhibición conductual que se expresa en una incapacidad para llevar a cabo cualquier proyecto y, si no le queda otro remedio, hace las cosas con un coste personal que le parece alto. No tiene ganas de nada, tan solo de que le dejen en paz.
Físicamente hay molestias que resultan difusas: puede dolerle la cabeza como sentir dolores musculares, vértigos, fatiga, dolores de espalda, sensación de opresión del corazón, angustia, ansiedad.... Un abanico de síntomas físicos que pueden conducirle hasta a la consulta del médico que, sin resultados, busca una explicación orgánica profundizando más y más en las pruebas exploratorias...
Le interesa menos la gente, vive en un aislamiento que genera malestar en su entorno. Los demás no saben qué hacer para ayudarlo y no entienden lo que le sucede.
Solamente notan que algo no es como antes.
Con el paso del tiempo, este malestar y benevolencia iniciales mudan a un rechazo más o menos evidente, que le reconfirma y deja en un estado de soledad afectiva. Sus síntomas terminan por alejarlos ya que desconocen cómo gestionar esta nueva circunstancia.
Solamente notan que algo no es como antes.
Con el paso del tiempo, este malestar y benevolencia iniciales mudan a un rechazo más o menos evidente, que le reconfirma y deja en un estado de soledad afectiva. Sus síntomas terminan por alejarlos ya que desconocen cómo gestionar esta nueva circunstancia.
El contenido de su pensamiento se enmaraña de modo que ve una realidad distorsianada en la que el mundo, usted mismo y lo que se puede esperar como mañana se tiñen de aspectos muy oscuros e inquietantes, o bien de una capa de ese barniz tan ingrato que es el no esperar nada bueno ya de la vida...
Hay pensamientos tóxicos que se tornan revolventes, la autocrítica le fustiga, la sensación de vacío puede ser grande... Y uno queda enganchado a esa dinámica en el pensar, lo cual puede hacer que su ansiedad vaya aumentando paulatinamente.
El funcionamiento mental se aminora, como si uno llevara puesta una marcha corta y estuviera subiendo una pendiente muy fuerte. Así, la memoria, la atención, su concentración, son menores, disminuye su resistencia a la fatiga mental, lo cual se traduce en un descenso medible en el rendimiento cognitivo, lo que se conoce como una pseudodemencia depresiva. Pensar le cansa, le agota, diríamos.
Este cuadro en una persona anciana produce una confusión entre diagnósticos, no sabiendo si se está ante un síndrome depresivo o ante los síntomas afectivos de una demencia incipiente. La evolución del trastorno, así como la respuesta a antidepresivos o no, resuelve esta duda.
Obviamente, determinar con concreción lo que le sucede, es más complejo que juntar una serie de síntomas ya que existen otras enfermedades que como subproducto generan el mismo cuadro sintomático depresivo. Por lo tanto, es preciso el criterio del clínico, descartar previamente una causa orgánica, otra enfermedad médica, efecto de la interacción con otras sustancias o fármacos o bien otro diagnóstico mental primario.
Por ejemplo, sabemos que todas las enfermedades incapacitantes pueden provocar un cuadro depresivo, incluso alguna medicación para su tratamiento puede detonarlo. Igualmente, algunos fármacos antihipertensivos o betabloqueantes, antineoplásicos o infecciones vírales como neumonías o hepatitis o demencias son susceptibles de desarrollar cuadros depresivos. De la misma forma, un trastorno obsesivo o un trastorno alimentario, o de ansiedad o estrés, o una fobia social pueden terminar provocando estos síntomas depresivos o al revés, o conviviendo juntos.
¿Qué hacer? ¿Cómo saber?
Preguntando a la gente, la mayoría tiene una idea de lo que es una depresión. Creen que saben lo qué hay que hacer. En ocasiones, empujan, en el mejor de los sentidos pero con el peor de los efectos, al que la padece a que se dé una vuelta y se anime. A que ponga de su parte. A que se dé cuenta de lo mucho que tiene que agradecer y a lo bien que está en relación a otros. A que se deje de tonterías. A que no se coma el coco. Minimizan su dolor, lo trivializan como si eso que les pasa no fuera nada.
El problema que estas personas no ven es que precisamente la persona que vive aprisionada en estos síntomas no puede salir sola, porque no es una cuestión de voluntad ya que la abulia que experimenta le impide tirar de ese recurso. Es como si usted le dice a un ciego que vea. No puede, tendrá que moverse por el mundo con otras condiciones sensoriales.
La realidad no es tan sencilla.
La realidad no es tan sencilla.
El deprimido necesitará una intervención desde distintos ángulos porque el dolor mudo que experimenta nace de diversos flancos.
Habrá que orientarlo cognitivamente, acompañarlo, desatascar esas emociones que se han congelado o que se han descalibrado hacia la irritabilidad, la apatía o la tristeza, trabajar con sus creencias más fundamentales, con su modo de distorsionar lo que piensa, sobre su sesgo hacia lo negativo, enseñarle a controlar su ansiedad, elaborar conjuntamente con el profesional un catálogo de actividades agradables a cumplir para progresivamente ir situándolo en la vida activa a través de la que pueda volver a sentir el placer de participar, trabajar la motivación y las conductas evitativas, mejorar el refuerzo social y la comunicación con su ambiente más cercano, repensar su línea de vida, impulsarle a que ponga a prueba sus creencias sobre sus construcciones de la realidad, ...
Habrá que orientarlo cognitivamente, acompañarlo, desatascar esas emociones que se han congelado o que se han descalibrado hacia la irritabilidad, la apatía o la tristeza, trabajar con sus creencias más fundamentales, con su modo de distorsionar lo que piensa, sobre su sesgo hacia lo negativo, enseñarle a controlar su ansiedad, elaborar conjuntamente con el profesional un catálogo de actividades agradables a cumplir para progresivamente ir situándolo en la vida activa a través de la que pueda volver a sentir el placer de participar, trabajar la motivación y las conductas evitativas, mejorar el refuerzo social y la comunicación con su ambiente más cercano, repensar su línea de vida, impulsarle a que ponga a prueba sus creencias sobre sus construcciones de la realidad, ...
Es un camino que es preciso comenzar cuanto antes pues existe la posibilidad de que el cuadro se cronifique. Un camino que es preciso empezar, con subidas y bajadas, dolores, sinsabores y dificultad pero que nos deja siempre en un sitio algo mejor. Y sobre todo distintos.
Distintos. Cuando aceptamos el dolor, éste nos cambia. Nos abre no necesariamente a una vida espléndida y maravillosa pero sí a una vida más real, donde se pueden medir las fuerzas para entender que se han de gastar en lo que merece la pena. Las cosas fútiles se presentan como son y en ocasiones uno puede ganar en lucidez y discriminación de lo que es relevante efectivamente.
Por supuesto, que a veces uno puede salir de una depresión sin más, no es lo normal ni lo frecuente. La depresión es un hueco, una hendidura y cuando caes alguien ha de ofrecerte una mano para ayudarte a salir.
Esa presión que nos hace decaer, bien ejercida es un impulso que nos renueva y puede ponernos en un nuevo lugar, abrirnos a la vida, con su tragedia y belleza, con una nueva capacidad de asombro.
Esa presión que nos hace decaer, bien ejercida es un impulso que nos renueva y puede ponernos en un nuevo lugar, abrirnos a la vida, con su tragedia y belleza, con una nueva capacidad de asombro.
Por María José Pozo