TENEMOS MIEDO, SÍ

Tenemos miedo, sí. Hay que aceptarlo. 

No es preocupación ni inquietud ni ansiedad. Esos son subproductos, generados por una causa mayor.
Es miedo, sí, miedo.

Miedo a nuestro jefe, a que nuestro esposo se canse de nosotros y nos deje, a desilusionar a nuestros padres, a nuestros hijos, a que la gente nos etiquete mal, a fallar, a hablar en público, a no hablar, a la opinión de la gente, a los silencios, al compromiso, al amor, a vivir, a las consecuencias,...

Observe como en todas esas situaciones existe un temor a que nuestra autoimagen quede dañada o que nuestras expectativas no sean atendidas, y por ello, no queremos correr el riesgo. 

Quisiéramos cambiar y sentirnos seguros pero nuestra posición es muy inestable. 

Tememos a los hombres, a las mujeres... Sentimos terror ante la posibilidad de equivocarnos, tenemos pavor al fracaso, y también miedo al éxito... Nos aterra perder el empleo, perder el control, perder... Tememos al sí, al no, hasta al quizá,... 

Nos turba la soledad, tenemos miedo a la vejez, al deterioro, miedo a que piensen que somos tontos, miedo a dañar y a que nos dañen, a que todo continúe como hasta ahora, a que todo cambie, a...

Nos faltan ganas y nos sobran miedos.

Y esos miedos los tapamos y culpamos a los demás de no cambiar, proyectando en ellos nuestros temores.

Entonces, no es que usted tenga que aprender a ser asertivo para exigirle a su superior que le dé un trato digno y justo... Lo cual supondría que usted trabajara esa habilidad para afrontar mejor esa situación que le da miedo.

No, lo que hace en cambio es culpar a su jefe tachándolo como un energúmeno egocéntrico que es incapaz de pensar en nadie más que en sí mismo.

Entonces, no es que usted tenga que aprender a disentir con los demás sin que se le despierte una intolerable ansiedad y así aceptar la discrepancia de opinión sin miedo...

No, lo que hace es culpar a los demás de su problema y dice quejoso que son ellos los que insisten en no estar de acuerdo con usted porque les encanta hacerle la contra y enfadarlo.

Culpamos a las cosas externas, culpamos al clima, a nuestra pareja, a nuestros padres, al gobierno, a la economía, a los demás y les pedimos, les exigimos que cambien. Y esta no es tampoco la solución porque al hacerlo les transferimos todo el poder para acabar con nuestro dolor. Y tal vez no deseen hacerlo. De hecho su interés puede ir en la dirección opuesta.

Cuando culpa a todo usted pone la responsabilidad de buscar una solución en los otros y queda desempoderado, a merced de lo que estos quieran o no hacer. Usted pierde todo el control de la situación al dejar que esa emoción le arrastre.

Así que ha de dejar de eludir su parte de responsabilidad y olvidarse de las culpas.

La culpa no es de nadie. Es usted que tiene aprensión a enfrentar su miedo y por eso no cambia. Deje de engañarse. Tiene que admitir su miedo, ponerle un nombre, concretarlo, observarlo en todas sus dimensiones, estar con él.

Siempre el miedo se da respecto a algo, vea a qué y qué forma puede construir para abordarlo.

El miedo nos paraliza o nos lleva a atacar, o incluso puede bloquearnos eternizando nuestra situación de malestar. Por tanto, necesitamos revisar cuál es nuestra relación con la causa de nuestro miedo para poder enfrentarlo valerosamente y dejarlo atrás.

Tiene miedo a cambiar, muy bien, a dar una respuesta propia porque siente espanto a abandonarse a lo desconocido y dejar atrás lo que conoce bien. Siente miedo a despegarse de lo que le es familiar, de lo que considera suyo...

Tiene que aceptar su propio miedo, como hemos visto, saber que éste es una reacción emocional natural a la incertidumbre pero que ha de encararlo para salir de él. Sigamos.