¿POR QUÉ NO CAMBIAMOS?
Tenemos miedo al cambio y a la vez lo deseamos.
Queremos, ansiamos que las cosas cambien, que dejen de ser lo
mismo, pero a la vez el temor de que eso ocurra efectivamente nos bloquea. Queremos
y no queremos.
Vivimos instalados en un antagonismo del que nos resulta difícil
salir.
La fuerza que nos impulsa al cambio surge de una expectativa, de
la esperanza de que nuestras perspectivas se abran y mejore nuestra situación
personal.
Todos compartimos la misma aspiración, no importa cual sea el color o el credo, todos, insisto,
queremos estar bien y no mal, perseguimos la felicidad y huimos del
sufrimiento.
Y en ese sentido esa expectativa es legítima, por lo que
tendríamos que preguntarnos ¿por qué razón entonces nos resistimos a cambiar?
Cambiar comporta un esfuerzo.
Tal vez usted necesita aprender una nueva habilidad para
desenvolverse exitosamente en un ambiente que no conoce, o precisa realizar
alguna actividad nueva en la que no se siente seguro porque cae fuera de sus
actuales competencias.
Obviamente, el maná no vendrá del cielo y tendrá que ponerse a
trabajar en ello.
Tendrá que aprender algo nuevo, tomar un riesgo, tolerar el
miedo que despierta aquello que no nos resulta familiar, tener paciencia en el
sentido de reconocer que el nuevo escenario tardará un tiempo en dibujarse y
tomar forma, renunciar a que todo tenga que ser cómodo.
Y metido en ese trámite usted se dará cuenta de que
verdaderamente la realidad es más líquida de lo que pensaba.
Y que cuando uno se decide a dar el paso se da cuenta de que
todo tal vez no está tan definido.
Aunque ciertamente todo cambio exterior se inicia con un
movimiento interior, con un cambio de perspectiva sobre el asunto.
Y el problema del cambio no es solamente que conlleve un
esfuerzo, fundamentalmente en el sentido de dirigir nuestra mente en una nueva
dirección, el problema decía es que todo cambio, además, supone un cambio. Es
decir, un dejar de ser por un poder ser o un quizá.
Cambiar, en definitiva, algo seguro por algo inseguro.
Por lo tanto, en todo cambio encontramos siempre que tiene
incorporado una renuncia implícita, una perdida silente, algo que dejar atrás y
de lo que despegarnos. Y a veces, somos muy conscientes de qué y otras no
tanto.
La cuestión es que estamos muy apegados a nuestros hábitos y
seguridades aunque estos mismos nos ocasionen dolor y, por tanto, tenemos miedo de abandonarlos.
Entre dos males escogemos el que valoramos como menos malo.
Entre el miedo y el dolor nos quedamos con este último porque en
definitiva nuestro dolor solamente nos expone a aquello a que ya conocemos y a
lo que aunque nos cause sufrimiento estamos acostumbrados y sabemos, por
experiencia, que podemos soportar. Mientras que nuestro miedo a lo que pueda
traer consigo el cambio es inconcreto y difícil de evaluar ya que surge
precisamente de un escenario que todavía no existe y por tanto no está
definido.
Y esta actitud es un error que nos sale bastante caro. El precio
que pagamos es quedarnos atrapados en la infelicidad.
Nuestro miedo evidencia que nos falta trabajo interior, pone en
el foco nuestra falta de confianza en nosotros mismos.
Tenemos que comprender que es posible que nuestras expectativas
al final nos puedan situar en un lugar inesperado, al fin y al cabo el cambio
siempre viene sin dirección, por lo que no es seguro donde nos pueda dejar. Sin
embargo, el sentido, la orientación se lo damos nosotros.
Pero no me entienda mal.
Nosotros no podemos obligar a que los hechos sean de la manera
que deseamos, carecemos de autoridad para imponer sobre la realidad un estado
de las cosas determinado, es precisamente por este motivo por el que el cambio
nos crea reticencias, porque nos hace contactar con lo ignoto y sin control y
las sensaciones que surgen nos llenan de temor y ansiedad.
Y a fin de cuentas si hemos iniciado un cambio era porque anhelábamos
estar nuevamente bien y sin embargo estamos anegados de ansiedad.
Necesitamos gestionar todas estas emociones que nos causan
aflicción, comprender que el cambio, especialmente, es un cambio de mente.
Quizá nuestro entorno cambie pero si nosotros nos mantenemos
igual, para nosotros nada habrá cambiado.
Sin embargo, cuando nuestra mente cambia, cuando descubre una
nueva forma de ver, entonces todo lo de afuera también cambia. Se
encuentran maneras de hacer novedosas,
los vínculos que nos relacionan con las personas se ven desde otro prisma, nos
damos cuenta que cual es nuestra relación con el mundo.
El mundo, nuestro punto de fricción con el mundo, nos está diciendo
que tiene que haber una reconsideración, un cambio en algún punto de nuestra
relación con él.
Los problemas nos muestran que algo no está yendo bien, por eso los llamamos problemas, y que
tenemos que cambiar nuestra relación con aquello que no está funcionando hasta
llegar a un nuevo punto donde todos estemos mejor.
Y si no es así, continuar, paso a paso.
La peor desgracia es merecer la desgracia pero eso no ha de ensombrecer la belleza que se esconde detrás de las cosas sencillas de la vida.
La peor desgracia es merecer la desgracia pero eso no ha de ensombrecer la belleza que se esconde detrás de las cosas sencillas de la vida.
Fiel a su etimología, del latín, el cambio te da una cosa por otra.
No tenga miedo.
El cambio llega...
El cambio...
está aquí.