LAS COSAS SON LO QUE SON Y NADA MÁS
Uno puede intentarlo, a pesar de que todos los factores se revelan en su contra, no porque el orden del Universo se haya configurado para ponérselo difícil, sino porque a veces la vida se manifiesta en toda su crudeza.
Observamos la anécdota que se convierte en generalidad a través de compartirla en las redes sociales.
Por ejemplo, la gente comparte un vídeo grabado de algo que resulta una excepción, como el de un león hambriento que perdona la vida a una pequeña gacela. Es un accidente que marca un paso que destacamos.
La animalidad es más bien fiera pero nos gusta ver y quedarnos con la excepción. La lucha por la vida, es eso una lucha. Los leones comen gacelas y es así, no es ni bueno ni malo. Son las reglas.
Nuestra imaginación, el pensar un poquito más, a menudo altera la historia que nos contamos, la deforma y llegamos a creer lo que nos gustaría que fuera.
Sin embargo, las cosas son lo que son, y nada más.
Usted quizá está intentando salir adelante. No ahora, tal vez lleva a ello dedicado mucho tiempo y energías. Está abajo y no sale de ahí y si sale es para caer en otro boquete, no mucho mejor.
¿Y qué puede hacer si lo ha hecho casi todo?
No espere que yo se lo diga. Lo importante es que si ha intentado todo, o una buena parte, al menos usted se acostará sin ningún reproche que hacerse.
Tal vez los demás lo vean diferente. La mirada de los otros puede llevarle a creer que acaso haya algo en usted que está mal. No se lo crea.
No se compare. Cada vida es diferente. Y cada cual ha de enfrentarse con la propia, de poco le va a servir caer en preguntas que no tienen respuestas como el latigante: ¿por qué a mí? ¿qué he hecho?
La vida no transcurre con criterios de justicia, que sepamos demostradamente, las cosas pasan unas veces empujadas por nuestros actos, otras por los de los demás o por una interacción fortuita de factores que se añaden y se nos escapan.
La cuestión es que quizá a usted le ha tocado vivir en esa esquina oscura y húmeda donde los días son muy parecidos unos a otros. Está ahí, no sabe bien cómo pero está y tiene que vivir.
En las peores circunstancias, en el desánimo y sin esperanza usted se siente muy solo. Le comprendo. Es natural.
Lo ha pretendido todo, ha renunciado a muchas cosas que antes consideraba importantes y que ahora sin embargo se le muestran accesorias. Percibe el orgullo y la autosatisfacción del vivir empujando solamente para que mejore usted. Eso no le gusta, a pesar de todo. Se conforma con casi nada y no le parece poco. Al contrario, entiende mejor que suficiente no es poco. En ciertos aspectos la vida se le muestra con mayor crudeza sí pero también con más claridad.
Las cosas son lo que son, y nada más. Admitir la derrota no es un hecho fatal.
Cesar de luchar, porque la lucha mal entendida no nos hace más dignos, sino que nos envilece. A veces perder es ganar. La vida que pensó no vendrá, tendrá que adaptarse a lo que hay. Tramitar esa pérdida y crecer en el sentido de madurar y reconocer la verdad que tiene delante. Dejar atrás la expectativa quimérica que se había construido y hacer con lo que tiene lo que pueda. Tal vez, una vida sencilla.
Renunciar a algo que nos es imposible, en este momento, rescata una parte de nuestras energías.
Usted continua intentando que esa puerta se abra, sino busca otras, abre un pequeño agujero en la pared que con los días va haciéndose más grande. Lo intenta y lo sigue intentado pero sin esperar conseguirlo.
Aceptando que tal vez no lo consiga y no salga nunca de esa estancia.
Pero sabemos que parte de la cordura es encontrar un sentido a esta situación. Pero ya hemos dicho que la situación no tiene mucho sentido en sí misma.
Por tanto, es vital reconocer la situación y aceptarla. Aceptar las cosas tal como son, porque son lo que son y es lo que toca vivir en este instante.
No hay más.
Tendrá que aparcar muchos proyectos que ni siquiera tuvieron tiempo para pasar del papel a la realidad, desistir de una autonomía total, a fin de cuentas nada se hace solo por un hombre.
Rehusar a tener la vida esperada, a quejarse o alegrarse de las mismas cosas que la mayoría, acostumbrarse a vivir en una obtusa periferia, entre conversaciones que hablan de los quehaceres de otros, a que muchos lo ignoren, a ser invisible para otros. Tendrá que abdicar de tener más, de pedir más, de querer mucho más, de ser alguien, de la admiración que confiere tener un estatus, del lustro que aporta una imagen exitosa engalanada en un buen traje, de sonrisas que no se sienten, ...
A veces le parecerá que está fuera del mundo, y de alguna manera esto es cierto, pero no es negativo necesariamente...
Sentirá -si está enfermo- su cuerpo, si no tiene dinero tendrá que volverse liviano y frugal, midiendo cada gesto para que no le arrastre el impulso consumista, si está solo tendrá que convertirse en una buena compañía para usted mismo y conjugar la amabilidad para con su prójimo al que no sabemos en su corazón cómo está.
Y aunque todo parezca gris, y duela, usted sigue ahí.
Quizá al principio se queje. Es su ignorancia que todavía no entiende que a veces es un gran regalo la adversidad. Y cuando no lo es. Da lo mismo. Usted ha de aprender a manejarse con ella. Puede permitirse perder pero no perder la lección.
Y como ya sabe, la aspereza del tránsito en el que está es grande y se ha llevado una parte de lo que usted era. Quizá dejando lo que es más verdad, más real y auténtico. Así que no debería sentir tanta pena.
Despídase de aquel que ya no es, ni falta que le hace. La desventura en tantas ocasiones esculpe una figura humana en lo que era solamente una piedra.
Alcanzar la calma es complicado porque previamente usted está en medio de una guerra interna peleándose porque no quiere esto, no lo acepta, no le gusta y no se resigna. Y se enfada. Y después siente pena. Y después llora. Y luego está otra vez tranquilo hasta que vuelve a caer en el desaliento.
Cuando ya no sienta autocompasión, esa lástima enfocada hacia su propio yo, podrá dejar de llorar y ver qué es lo que le está sucediendo, con una mirada más límpia, vacía de deseo y aspiraciones, hueca ya de inquietud.
Y se dará cuenta de que no todo está perdido. Quedan muchas cosas que se salvan.
Entre todos los cristales rotos quedan pedazos de pequeñas verdades. Ahí están tres o cuatro ideas en las que usted cree. No son pensamientos sin más, sino más bien principios que alumbran un camino. Principios sólidos por los que vivir.
En mitad de un temporal que no cesa usted se hace más fuerte en la creencia de que hay unas pocas intenciones que merecen ser hechos. Y dedica su vida a ellas, olvidándose de si está arriba o abajo.
Lo importante es que esas cosas se hagan y empujar la vida en la parte que le toca. Empujarla, en el buen sentido, viendo al otro, que quizá nos necesita.
En realidad, querido lector siempre hay más y eso es lo que nos salva.
Cuando aceptas que las cosas son lo que son, se aparezcan muy malas o peores, dejas por un tiempo de sentir miedo. Se diluye y queda una amplia paz.
El peor miedo no es perderlo todo, el peor miedo es el miedo a perderlo todo. Por eso transcenderlo te da fuerza para continuar. Y cuando dejas de experimentar miedo, también cesas de ser un pequeño contable que hace cálculos y cuentas y la vida se torna ligera.
Percibes el fulgor del sol en invierno, el aullido del viento susurrante, detectas quién necesita que le echen una mano, recuperas el humor de un niño, su planicie, te estremeces cuando alguien te acoge con amabilidad y te acaricia con su estar allí.
Superada una cierta necesidad, en realidad, las cosas valiosas de la vida no cuestan dinero, o un gran esfuerzo, sino solamente requieren nuestra presencia.
A menudo en la vida de las personas pasan cosas buenas, su realidad es propicia y satisfactoria, pero están pensando en otras cosas y se lo pierden.
Lo bueno que nos pasa, igual que lo malo, requiere solamente de una condición: su presencia, estar presente.
Estoy con usted.