¿QUIÉN QUIERE SER PERFECTO?

¿Crees que puedes ser perfecto?
¿No alcanzas nunca el ideal de persona que te deseas ser?
¿Intentas ser un super hombre o una super mujer?
¿Tus ilusiones se han convertido en exigencias que hacen que te esfuerces mucho?
¿Sientes que llevas una pesada arga de obligaciones autoimpuestas?
¿Intentas evitar en todo momento que los demás te desaprueben?
¿Tardas demasiado en terminar los trabajos porque estás concentrado en los detalles de tal forma que pierdes la perspectiva global?
¿Te preocupa obsesivamente equivocarte?
¿Cuando te equivocas, sientes que todo se va a pique y te vienes abajo?
¿Crees que si fallas los demás te retirarán su afecto por ello?
¿Cuando realizas cualquier tarea estas tenso por si no sale perfecta, de modo que te cuesta relajarte y disfrutar?
¿Sientes que te falta una parte de felicidad?
Si la mayor parte de tus respuestas son que "sí" quizá lo que sigue te puede interesar.
Es perfecto. Esto tiene que salir perfecto. Tengo que hacerlo perfecto... ¿Le suena?
Nos pasamos la vida buscando la excelencia. Ello nos impulsa a mejorarnos y eso está muy bien y resulta muy adaptativo. 

El problema surge cuando este "perfecto" es un ideal deseable pero inasequible, pensable pero fuera del alcance de la mejor de nuestras ejecuciones. Y además siempre es relativo a un parecer, opinable. Y por él, corremos tras estándares que en realidad son quimeras con una vis aparente de que el problema es una cuestión de echarle más cantidad: de esfuerzo, de voluntad, de tiempo, de imaginación, de dinero, de autocrítica... Si el fin lo merece, nos decimos...

Y al final, esa búsqueda se convierte en un camino hacia ninguna parte, en un mero correr por correr que nos va a dejar sin aliento. Y nos vamos a encontrar que para alcanzarlo hay que sacrificar cosas demasiado importantes, dejar cadáveres en la cuneta o perder cosas de valor que no volverán. Querer ser perfecto, a toda costa, nos puede dejar solos porque en ese ahínco de vernos a nosotros mismos, el resto de cosas se desvanecen en el mirar.
Nos enseñan desde muy temprano a intentar hacer las cosas bien. El problema es querer hacerlas perfectas y sufrir por no lograrlo. Hacerlo bien requiere a veces numerosos ensayos y el descubrimiento de que verdaderamente no hay nada acabado, siempre hay un paso más allá del dado.

El error es una fuente de conocimiento y bien digerido ayuda a encontrar una nueva solución a un problema o a resolver de otra forma aquel en el que nos equivocamos. Quedarnos en él, machacarnos con él, no haber desarrollado una cierta tolerancia al mismo acaba siendo un inconveniente. Las cosas son lo que son, cosas. Nosotros somos lo que somos. Mejor no perder el tiempo en pedir que éstas sean perfectas y nosotros también. Nada cambia desde la autoexigencia, en el sentido real. 
Tal vez nos enfrancasmos obcecados en algún asunto, en una tarea, y obsesivamente pensamos que ésta debería ser así y nosotros deberíamos ser asá. Y este pensar tiene una parte de ceguera que nos va a alejar de la excelencia pues esos mismos pensamientos acaban interfiriendo en la ejecución de lo que queremos mejorar. La ansiedad de no hacerlo bien, la sensación de jugárnoslo todo a una carta va a hacernos todavía más susceptibles al error.
Esta rigidez cognitiva de pensar que si no sale bien todo se va al garete y, uno también con ello, es una niebla que hemos de despejar para ver con claridad.
Además, existe el peligro de que entremos en un bucle del "cómo deberían ser las cosas" y nos quedemos ahí pensando y pensando soluciones y no hagamos nada.

La vida requiere más productividad que perfección. Por tanto, hagamos. Intentemos cambiar los escenarios que no nos gustan mediante la acción sabiendo que nuestro intento no nos dejará en el más maravilloso de los lugares pero sí en uno algo mejor, sobre el que trabajaremos después, y después vendrá otro después.
Pero para moverse es preciso perder el miedo al error, a no ser demasiado bueno, a que nuestra ejecución será quizá correcta y suficiente pero imperfecta...

Nos enseñaron a hacerlo bien, a querer hacerlo bien pero fallamos al aprender si no aprendimos a fallar.
Aprendamos a relativizar lo que nos sucede, a cuestionar las creencias que nos hacen daño, a diferenciar ser con hacer, a no albergar expectativas irrealistas sobre las cosas, sobre los demás, a cultivar un pensamiento flexible, a no necesitar un buen resultado para valorarnos.

¿Quién quiere ser perfecto?
Hagamos lo mejor que sabemos pero no más allá.

Por María José Pozo. BCNpsicología