La cueva

Tal vez usted está enterrado pero está vivo. El lugar puede ser parecido a estar encerrado entre muros. No sabemos cómo ha llegado allí, por ahora esa es una historia en la que no es preciso adentrarse.

Se puede ver a simple vista su cuerpo atravesado por diez espadas. Algo importante sucedió, no hay duda. No está muerto, sólo malherido. O quizá sí, en lo que pasó queda el cadáver de alguien que ya no será, que de la vivencia de esa experiencia ha de surgir muy distinto. 

La imagen del filoso metal muestra que usted está en la cúspide de su dolor y que cabe pensar que a partir de ahí cualquier daño que pueda venir empieza a ser manejable.

Veamos. Está cercado por límites muy definidos y sobrevive con lo mínimo. El lujo, el resto de cosas que pueda tener a mano y que quizá la gente pelearía en el mundo de afuera, allí le resultan intrascendentes. Eso simplifica mucho su vida, y en ese sentido eso es un factor a su favor. No ha de derrochar energía en demostrar nada, en alimentar a su ego para sentir que vale, no ha de convencer a nadie de ningún asunto porque esa lucha aquí carece de sentido. 

De ese modo, usted se alimenta, cuida su cuerpo y no sobrecarga su mente con los jueguitos que se suelen jugar cuando participamos activamente en la vida social. Vive y deja vivir. Tal vez hay gente a la que no le gusta su actitud, se molesta con usted y lo cataloga de presuntuoso o de ir a la suya. En realidad, vivir en esa cueva te da una vida distinta en la que ese tipo de juicios no tocan tu corazón.

Es posible que usted esté en ese lugar porque está convaleciente. Algo pasó. Llegó su momento torre y después la conmoción. Puede haber pasado un año, dos, ... no importa. El tiempo es tiempo, ya no es un objetivo desde el que medir su experiencia. 

Sale a la calle para cumplir con sus deberes. 

Quizá pone su corazón roto en personas que lo valoran pero no tienen voz para expresarlo. Personas con vidas diferentes, con problemas y dificultades reales que no valoran como tales, de naturaleza excéntrica en el sentido que su luz es expansiva. Las ama pero no se apega. 

Camina y pisa verde porque es la única manera de tirar adelante que ha encontrado para mantener la cordura en plena sacudida vital.

El piso se mueve bajo sus pies, así que vuelve a su cueva y quizá lee, medita, piensa o sencillamente se entrega al sueño tras un día ajetreado.

No tiene planes. Los que tenía acabaron de golpe en el sumidero. Tampoco sufre por ellos. El futuro no duele porque el ahora es demasiado intenso para ser capaz de catapultarlo a otro instante. Quizá el pasado sí es doloroso. En  realidad, lo que nos sucede viene explicado por una historia que arranca de atrás. En ese sentido, es lógico que lo que queda atrás sea una carga que usted lleva en su a diario.

Puede ser que ya no queden lágrimas, lo sé es difícil de creer, siempre aunque no lo piense, quedan, pero es también cierto que el trabajo que hace en su mente y en sus emociones en esa cueva va aminorando esta humedad.

En su cabeza no culpa a nadie, tal vez en sus primeros momentos sí, el dolor no le permitía ver la experiencia desde todos sus flancos. Ahora ya no lo hace. Su corazón está limpio.

Sigamos.

Usted vive enterrado entre muros cual ermitaño que busca la verdad.

La verdad es hermosa.

Sé que estando donde está usted dirá que ese argumento es alocado. La verdad es terrorífica me contestará o se dirá a usted mismo.

Vea. 

La verdad no le llevó a esa caverna, más bien fueron las mentiras. 

Quizá alguien en quien confiaba ciegamente llenó su vida de mentiras, de engaños, de máscaras, dándole una versión de la realidad que no era, manipulándolo con ello a usted, que de hecho reaccionaba a lo que le decía como si lo hiciera ante la realidad más real.

Su vida mismo terminó convirtiéndose en una farsa en la que usted era el primer engañado de que lo fuera. Es posible que su intuición ya le estuviera enseñando banderas rojas que usted ignoraba porque sentía terror a perder lo que tenía, así que ahí tiene un aspecto personal en el que tendrá que trabajar.

Percibe que no es cuestión de culpas. Ciertamente, las personas sienten a menudo confusión, o sencillamente se autocentran y solamente piensan en sus propias ganancias. Tal vez también cree que la maldad existe. Lo sé, pero profundizando descubre que es un derivado de la ignorancia. Cada oportunidad nos permite elegir entre el bien y el mal, no el nuestro específicamente sino respecto al de todos, y en esa elección uno se decanta hacia un lado o el otro. 

De cualquier forma, el cuadro no es un punto estático, sino que va cambiando en función del aprendizaje. 

Cada experiencia adversa, cada enemigo, se convierte en alguien que viene a enseñarnos algo de la situación o de nosotros mismos. Si pierde la experiencia, si no aprende de lo que le viene a mostrar seguramente la situación problemática regrese con la misma persona en otro momento como un círculo infernal o con la siguiente que se le aparezca, ya que sus parámetros inconscientes tienen prefijada la respuesta. 

Cada circunstancia que es difícil, cada situación que viene a retarnos y que vivimos como amenazante, tiene un mensaje que manifestarnos. Ese mensaje es información que nos pone en otro lugar, mental y emocionalmente, a partir del cual hay una nueva respuesta y un nuevo mensaje. Eso es fluir.

La gente suele vivir trazando su futuro en objetivos, en planes. De ese modo, sus mentes se vuelven rígidas y temerosas y van perdiendo oportunidades porque el mecanismo de sobreprotección emocional les hace ir rechazando todo lo que les mueve de su zona de comodidad. El otro se puede interpretar como alguien invasivo que viene a discutir mis límites, ante eso la reacción es cerrarse como una almeja.

En realidad, esa batalla no es con el otro aunque en apariencia se aborde así. Más bien las cosas suceden entre bambalinas, dentro de sí, con usted mismo. Usted siente que ha de defenderse de algo porque no se siente seguro de poder gestionar sus emociones en esa circunstancia sin crear conflicto. Tal vez es una cuestión de hablarlo, de exponer sin imponer al otro su manera de enfocar el asunto y llegar a acuerdos para que nadie se sienta atosigado.

Y esto sucede porque usted no está conectado probablemente a sus emociones. Vive negando y metiendo en su interior lo que le causa molestia o enojo o tristeza o incomodidad. Y en algún momento eso que se llena mira de salir explotando por la más nimia contrariedad o le pone de un humor rancio a primera hora de la mañana.

Usted no escapa de nadie, tan solo de sí mismo.

Al conectar con sus emociones, al no negarlas y aceptarlas usted deja de luchar consigo mismo, lo cual es bastante cabal si lo piensa. Cuando dejamos de luchar es más sencillo llegar a estar calmados y entonces ver con claridad el tema. 

Usted no quiere unas cosas porque no se anima a aclarar sus límites, y piensa que diciendo no ya se ha ahorrado el esfuerzo de negociar. Eso no es muy inteligente porque la vida es movimiento y ese modo de funcionar le va a dejar bastante estático y al final hará algo loco para escapar del aburrimiento y eso traerá consecuencias que no le gustan y que tendrá que afrontar.

Esos cuatro muros le han mostrado también que uno es quien es, que las máscaras se utilizan cuando en realidad nos sentimos débiles y dependemos de lo que piensen los demás de nosotros para que nos acepten: sea familia, amigos o pareja.

Uno puede jactarse de ser independiente y libre y sin embargo que sus decisiones estén limitadas por no reconocer en qué sentimiento está, por ejemplo el miedo. El miedo como elemento de decisión no nos hace muy libres. Por lo tanto, si lo que pretendemos es esa libertad deberemos trabajar no restringiendo las opciones sino sobre ese miedo.

Las máscaras esconden la verdad porque la persona no la acepta, porque piensa que si se mostrara tal cual lo rechazarían. Es posible que así sea en algunos casos. La gente enmascarada suele repudiar a la que no lo es. Digamos que el destapado pone en evidencia el juego, la treta que todos quieren tapar y para seguir con el juego lo señalan y condenan al ostracismo.

Quizá sea razonable dejar algunas personas atrás porque el precio de seguir con ellas ya nos parece impagable.

La parte positiva es que cuando cae la careta uno se percata de que hay más gente como él para relacionarse de un modo más saludable. La vida se torna más fácil, más fluida, más auténtica porque caen muchos velos que opacan las realidad de las cosas y se descubre el valor real de cuanto a uno le rodea. 

Es un riesgo que vale la pena. No le gustará a todo el mundo, por descontado, pero no tenemos por qué ir contentando a todo hijo de vecino para que nos quiera. El amor no te limita, te da espacio para ser tú mismo. En otro caso, es otra cosa. Más bien desde el amor nosotros decidimos qué dar y en qué condiciones porque es fácil que una buena actitud pueda encontrarse con otra de abuso y no debemos permitirlo.

Cuando usted se atreve, se puede decir en ese instante, que uno vive su propia vida, la que ha elegido, con la responsabilidad de defender su verdad flexible, a la que pueden tocar los demás y cambiarla porque usted no es un bloque de piedra sino un ser humano que aprende en ese roce.

La falsedad, el arribismo, el egoismo, el mero usar a las personas con un fin pasan a ser caminos que ya no se desean transitar nunca más. Nunca más porque de algún modo todos, todos, venimos de allí y por eso cuando vemos la verdad ya no queremos regresar. 

Usted sigue en la cueva pero cava un túnel.

 

Por María José Pozo