CÁSCARAS VACÍAS
La compasión por el viejo que duerme entre cartones en un rincón de la calle, el deseo no pronunciado de que su situación se alivie, la angustia cuando se para en el futuro, y ese miedo a depender de los demás en algún momento.
El estrés de cargar con demasiadas responsabilidades, la suspicacia que le genera volver a tener que confiar en quien lo engañó, la incertidumbre envuelta en espinas, el cuidado de la mujer que lo recibe al atravesar el umbral, el apretón de brazos de su hijo que le agarra por las piernas por la mera alegría de que ya está ahí y la sonrisa legítima que le despierta un guiñol hecho de papel y que le transporta a la inocencia de la niñez.
Las noticias de la prensa que hacen a unos más iguales que a otros, como siempre, y el dulce que le trajo a su madre, que está deprimida, porque sabe que le gusta.
El amor y los cuidados que da a quien lo necesita, o su visita a sus suegros para quedar bien, remar con otros por el gusto de compartir.
Ese no estar acostumbrado a perder, ese quitarse un poco para que a otros no les falte, ese autolimitar sus deseos porque sabe no puede arrojarse sobre alguien como un depredador.
Ese frenar usted mismo el mal, ese mirar las consecuencias antes, ese advertir las bajas que puede causar, el sufrimiento que puede desparramarse con el gesto o palabra equivocados...
Esa nausea que le produce ver las acciones malas propias o de alguien, el puro mal por el mal.
Ese pensárselo bien antes de cometer una maldad, ese tener en cuenta al otro, ese sujetarse su propia violencia cuando las emociones se le inflaman, ese querer medrar pero no a cualquier precio, claro.
Ese para mí pero también para los demás, ese por ahí no paso porque no se podría volver a mirar a la cara, ese bazar en el que puede entrar a vender su alma al diablo y que no le va a permitir un minuto de descanso a partir de entonces...
La impotencia que le acorrala al comprobar cómo el dolor se cierne como una ola aplastándolo todo a su paso, el sentirse con poco brío para cumplir con una orden injusta, el abandonarse a la pereza que le lleva otra vez al autorreproche.
La tristeza de los hechos consumados, de lo que no tiene remedio, la nostalgia del tiempo que pasó y ya no vuelve, el temor a que ella le rechace, ese “come come” que no le da tregua ni de día ni de noche desde que le contaron aquel chisme, y esa sentencia judicial que lo tiene amargado y lo amenaza con la quiebra.
Y esa culpa por malpensar, por no haber hecho esto, por hacer lo otro, por malgastar, por no gastar, por decir, por no decir, por sentir envidia,... Esa culpa envolvente, omnipresente que le atenaza al menor tropezón.
El regocijo de salir aunque sea por un rato del propio egoísmo, la constancia amarga de todas sus faltas, la dentada nuevamente del remordimiento por haber dejado que su hijo creciera solo a expensas de su padre, la ansiedad antes de engañar a su colega sobre aquel proyecto, y las pequeñas mentiras que roen como ratas en su cabeza.
No importa el tiempo que transcurra, no se acostumbra a una situación de evaluación por lo que ahí están esos nervios por el examen de fin de grado y por la reunión a seis en el trabajo.
Y otra vez esa consternación fea por los que gritan y señalan a los distintos, consternación por no decir rabia y hartazgo, y un poco más de paciencia ¿más? sí, sí y ese contar hasta 1.000 para no herir a papá, para no gritar sancedes que dañarán a alguien. Más paciencia y menos burlas, se dice, cuando se encuentra pendenciero y rencoroso porque le desagrada encontrarse en el punto en que está. La preocupación en que le sume la demencia de su madre y ese niño que no acaba de espabilar, y esa tensión mantenida en un trabajo lleno de tóxicos que le deja por la noche para el arrastre.
Se le escaparon las palabras malsonantes, se le escaparon y fueron a impactar en su querido amigo llenándole de desasosiego y desánimo y, ahora que se da cuenta, también a usted...
Ser testigo del daño hecho, declarante y perpetrador, juez y reo de culpa, el por qué lo hizo, el por qué lo hizo y el por qué lo hizo... y el alivio y desahogo de sentir todas estas emociones, algunas perturbadoras, displicentes, otras positivas, pero todas ellas nos humanizan.
Sentirse bien, sentirse mal son elementos del fenómeno de ser humano, es lo normal.
A menudo, nos quejamos al experimentar esas emociones, porque duelen y desgastan mucho. Incluso llegamos a desear no sentirlas porque se hacen cuesta arriba. Sin embargo, gracias a ellas podemos priorizar nuestras acciones, valorar lo bueno y lo malo que nos pasa, cambiar, entender al otro y respetarlo y apreciarlo.
Saber que nos vamos a sentir mal si causamos dolor a otro ser nos frena de hacerlo, y si de cualquier modo al final lo hacemos tendremos que gestionar las emociones que conllevan esa transgresión y que nos resultan tan turbulentas: como la culpa, el remordimiento, la tristeza, el miedo a la mirada propia y de los otros,...
Afrontamos sinsabores y toleramos mucha frustración por no herir a otros, nos esforzamos por un bien superior a nosotros, somos capaces de ello, de transcender nuestra propia unidad de vida en favor de otros. Renunciamos a parte de nuestros planes, si es necesario, porque nos importa el bienestar de los que comparten con nosotros, podemos luchar mucho para que ellos tengan algo y estén bien, para que su futuro sea más dichoso y fácil que el nuestro.
Nuestra vida tiene sentido dentro de esa urdimbre de afectos en los que interactuamos unos con otros. Nos resulta confortable el sillón de la aprobación de la mirada ajena. Necesitamos a los demás por más razones que la mera utilidad. Colaboramos porque nos sentimos bien construyendo junto a otros, podemos sentir el contagio de la alegría de otro ser humano, sufrir con su tristeza e intentar contribuir a que salga de ella.
De igual modo, nuestro repertorio emocional puede llevarnos a momentos extremos en que resultamos nocivos y destructores a través de accesos de irracionalidad. A veces, la acción perversa puede ser fría, pero siempre encontramos esa pared que nos impide ir más allá, que nos detiene de ser demasiado mentirosos o inmorales, o insensibles. Gracias a ello podemos vivir en sociedad, la sanción de la ley permite pensárselo dos veces antes de cometer un delito.
Distinguimos el bien del mal, hemos interiorizado que algunas cosas son buenas y para ellas tenemos un "sí" mientras que para otras hay que tener muy claro el "no". Por supuesto que las culturas y los tiempos van modificando las mismas pero siempre hay un punto de no retorno y cuando se traspasa uno tiene la sensación de estar sumergido en un entorno en el que los valores se han trastocado del todo, donde lo anormal es la norma, y respira ese aire enrarecido de los malos tiempos.
Podemos anticipar las consecuencias de esta acción, los sentimientos en que el realizarla nos pondrá después, la huella perenne que puede dejar en los otros, cómo puede cambiar la realidad de modo irreversible. Ponernos en la piel de otro ser humano contribuye a que sopesemos la situación antes de hacer nada, para descubrir los límites que nos resultan tolerables para no superarlos, y decidimos y después hemos de vivir con esa decisión.De igual modo, nuestro repertorio emocional puede llevarnos a momentos extremos en que resultamos nocivos y destructores a través de accesos de irracionalidad. A veces, la acción perversa puede ser fría, pero siempre encontramos esa pared que nos impide ir más allá, que nos detiene de ser demasiado mentirosos o inmorales, o insensibles. Gracias a ello podemos vivir en sociedad, la sanción de la ley permite pensárselo dos veces antes de cometer un delito.
Distinguimos el bien del mal, hemos interiorizado que algunas cosas son buenas y para ellas tenemos un "sí" mientras que para otras hay que tener muy claro el "no". Por supuesto que las culturas y los tiempos van modificando las mismas pero siempre hay un punto de no retorno y cuando se traspasa uno tiene la sensación de estar sumergido en un entorno en el que los valores se han trastocado del todo, donde lo anormal es la norma, y respira ese aire enrarecido de los malos tiempos.
Y si ésta ha sido equivocada, a veces la vida se convierte en un infierno. Entonces hemos de convivir con sus efectos y padecer las consecuencias de romper una norma moral propia, de transgredir nuestros valores. Y esto es muy doloroso y pesado.
Pensamos que a todo el mundo le pasa lo mismo, que todos los seres humanos nos enfrentamos a la vida con el mismo artefacto mental.
No es verdad.
Hay individuos que no sienten empatía, que no resuenan emocionalmente con los demás, que no experimentan más que un par de emociones: la excitación que les genera la activación fisiológica de la adrenalina y el experimentar frustración o ira.
Buscan el poder, prevalecer a toda costa, dominar. Cosifican a los demás, esto es, no los ven como sujetos dignos de respeto y derechos sino como meros objetos, cosas de las que servirse para satisfacer sus necesidades especiales.
No tienen conciencia aunque distinguen perfectamente el bien del mal, carecen de culpa, no se responsabilizan de nada por lo que pueden prometer cualquier cosa, no importa, ya que no cumplirán.
No tienen límite para actuar, movidos por una mente que no ha introyectado ninguna norma moral social, sino que tiene su propio código depredador. No hay pues freno mental al no experimentar interiormente el dolor que genera en los demás, tampoco remordimientos. Son egocéntricos, sólo trabajan para sí mismos.
No tienen límite para actuar, movidos por una mente que no ha introyectado ninguna norma moral social, sino que tiene su propio código depredador. No hay pues freno mental al no experimentar interiormente el dolor que genera en los demás, tampoco remordimientos. Son egocéntricos, sólo trabajan para sí mismos.
Su encanto personal es un mero artificio para engañar a sus víctimas. De hecho, el psicópata en el hogar no resulta nada simpático, especialmente cuando ya han caído todas sus máscaras. La manipulación, la intimidación en todas sus formas más sutiles, la mentira patológica como método son instrumentos útiles a sus propósitos.
No aman a nadie, ni a sus padres, ni a su parejas, ni tan siquiera a sus hijos ni animales domésticos. A nadie, sólo revisten su vida de un cuadro de normalidad, una mera fachada de cara a la gente de la calle, bajo un disfraz de atenciones que a puerta cerrada son lo contrario.
Todo lo que dan lo hacen con el punto de vista de un retorno futuro, digamos que invierten. Usan a sus propios hijos para dañar a la pareja, los enfrentan entre sí, hacen el papel de padre diligente, mientras torturan psicológicamente a todos. De otro modo, son personas ausentes emocionalmente del hogar.
En su mente queda todo el espacio libre para que campe el mal. Quieren algo y se dicen: "¿Por qué no? ¿Por qué no voy a por ello? ¿Este me lo impide? A este imbécil lo quito yo de en medio. Y lo hacen, sin más. Cueste lo que cueste, lleve el tiempo que lleve, calumniando, engañando a otros, emponzoñando el ambiente, aprovechando la ambigüedad de una situación.Y al final, vean, nada de culpa, el argumento que dan una vez han sacado lo que querían: "se lo merece por idiota". O quieren conquistar a una mujer, acostarse con ella, saciar su voracidad, y una vez lo han conseguido si ella espera algo más la tildan de mala puta o sencillamente desaparecen del mapa". Sin complejos.
Todo lo que dan lo hacen con el punto de vista de un retorno futuro, digamos que invierten. Usan a sus propios hijos para dañar a la pareja, los enfrentan entre sí, hacen el papel de padre diligente, mientras torturan psicológicamente a todos. De otro modo, son personas ausentes emocionalmente del hogar.
En su mente queda todo el espacio libre para que campe el mal. Quieren algo y se dicen: "¿Por qué no? ¿Por qué no voy a por ello? ¿Este me lo impide? A este imbécil lo quito yo de en medio. Y lo hacen, sin más. Cueste lo que cueste, lleve el tiempo que lleve, calumniando, engañando a otros, emponzoñando el ambiente, aprovechando la ambigüedad de una situación.Y al final, vean, nada de culpa, el argumento que dan una vez han sacado lo que querían: "se lo merece por idiota". O quieren conquistar a una mujer, acostarse con ella, saciar su voracidad, y una vez lo han conseguido si ella espera algo más la tildan de mala puta o sencillamente desaparecen del mapa". Sin complejos.
Imagine una mente que solamente desea y para lograrlo tiene como única emoción la ira, la rabia, el apretar los dientes para lograr sus fines. Puede disfrazar su semblante con buenas palabras pero el impulso interior es corrosivo, una pólvora de odio a la mínima contradicción.
Usan a la gente como lo harían con un martillo que si se le rompe el mango lo tiran a la basura, sin ningún problema. ¿Qué loco se preocuparía por el bienestar de un martillo?. Para ellos las personas son martillos de los que servirse.
Usan a la gente como lo harían con un martillo que si se le rompe el mango lo tiran a la basura, sin ningún problema. ¿Qué loco se preocuparía por el bienestar de un martillo?. Para ellos las personas son martillos de los que servirse.
Y lo pueden hacer porque el dolor que causan no les daña, las personas son cosas, cosas sustituibles sin más. Su ambición no encuentra problema en destruir a todo aquel que la estorba, el conflicto y la violencia le producen una activación fisiológica que les calma. No sienten temor, sino una excitación morbosa ante cualquier irrupción feroz de rabia y ensañamiento con alguien.
Les fascina seducir y compatibilizar parejas paralelamente, atormentándolas, creando una atmósfera de miedo e incertidumbre, destruyendo su autoestima, generando un escenario en el que su complementaria se convierte en una adicta a esa relación tóxica.
Cualquier persona normal saldría corriendo al descubrir con quien está, sólo se queda para vivir con él la complementaria. A ésta el hombre común ya no le divierte como su psicópata. Soporta y aguanta lo indecible y cuando lo cuenta nadie la cree porque no son capaces de entender cómo alguien puede quedarse junto a alguien que les ha humillado, mentido, devaluado, abandonado, descuidado de esa forma.
Toleran triangulaciones, engaños, socavaciones de su propia autoestima, que las roben, las fuercen o les empujen a hacer cosas que van contra sí mismas. El resto de personas, en el mejor de los casos no la creen, sólo ven al delicado y encantador ser que siempre está ahí para abrirles la puerta, que les sonríe y les pregunta por cómo van. En el peor piensan que su cabeza se ha trastocado, o directamente él las presenta como locas. Si el psicópata es un hombre, aunque puede ser también una mujer.
Generalmente, el psicópata vuelve siempre. Vuelve a hacerse cargo de su "finca", a acabar su trabajo de demolición y a ver si puede sacar algo más a sus sufridas parejas.
Vuelve para seguir violentando, intimidando, intentando arrebatar lo poco que le queda ya a esa persona suyo. Porque la complementaria queda aislada, sin vida personal, muchas veces habiendo abandonado incluso su trabajo, sin más recursos que lo que el psicópata le quiera dar, habiendo traicionado valores muy arrigados, sin saber ya quién es, sin esperanza de salir de su mente subyugada a la fascinación que le produce el psicópata, ahora encantador, ahora haciendo que su vida sea una pesadilla. Todo se llena de él. Ella solamente es alguien en esa referencia que la anula, lo justifica de toda sus acciones, lo excusa, encontrando que sí actúa así es por algo que ella no hace bien. No es capaz de asumir hasta más tarde, la crueldad del psicópata como acto propio y personal, como sello de lo que es. De ahí la importancia del contacto cero para reconstruirse sin él.Toleran triangulaciones, engaños, socavaciones de su propia autoestima, que las roben, las fuercen o les empujen a hacer cosas que van contra sí mismas. El resto de personas, en el mejor de los casos no la creen, sólo ven al delicado y encantador ser que siempre está ahí para abrirles la puerta, que les sonríe y les pregunta por cómo van. En el peor piensan que su cabeza se ha trastocado, o directamente él las presenta como locas. Si el psicópata es un hombre, aunque puede ser también una mujer.
Generalmente, el psicópata vuelve siempre. Vuelve a hacerse cargo de su "finca", a acabar su trabajo de demolición y a ver si puede sacar algo más a sus sufridas parejas.
El psicópata es como una cáscara hueca, sin nada bueno que pueda crecer en ella.
Su vacío interior de emociones, a excepción de la frustración y la ira les genera tal malestar que necesita ir creando tensiones continuamente en su entorno para sentirse vivo y conforme se habitúa a esa sensación cada vez sube un grado más en su nivel de crueldad.
Su vacío no es un "me aburro" cualquiera, es de una pesadez lóbrega y atroz, desmesurada, que les hace buscar sensaciones peligrosas, inyecciones de adrenalina para sentir como sea que están vivos.
Su vacío no es un "me aburro" cualquiera, es de una pesadez lóbrega y atroz, desmesurada, que les hace buscar sensaciones peligrosas, inyecciones de adrenalina para sentir como sea que están vivos.
Están ahí, entre un 16 y un 20% cumplen algún tipo de condena por delitos de diversa categoría. En la población en general son entre un 1 y 3%, no son delincuentes comunes. Son personas aparentemente normales, a primera instancia nada las distingue del resto. No son delincuentes, en sentido estricto. Puede ser cualquiera: su padre, su marido, su jefe o su vecino.
Son cáscaras vacías.
Son cáscaras vacías.
Viven entre nosotros, depredadores camuflados al acecho, no es una enfermedad, es una manera de ser.
No hay nada que curar, son así.
La biología ha tomado en ellos ese camino.
No hay nada que curar, son así.
La biología ha tomado en ellos ese camino.
Un lobo entre ovejas. Un lobo con piel de oveja.
Las personas iguales creyendo que son iguales están indefensas, desarmadas porque desconocen el peligro al que están sometidas. Si lo supieran no perderían un minuto y saldrían corriendo bien lejos.
No es una cuestión de género, ni de ideologías. La violencia psicópata es una entidad en sí misma ejercida por otro ser, sin connotaciones humanas, pero otro ser.
Hay un buenismo irresponsable, incluso en compañeros de profesión, al defender lo contrario a lo que dice la evidencia.
Queremos pensar como dice Hare que hay personas a las que si les damos un poco de cariño o una mascota cambiarán y esto es mentira.
El problema es que la sociedad elude este tema porque no sabemos qué hacer con los psicópatas. No responden a los premios ni a los castigos, nada les cambia.
Y como no tenemos una solución, queda el miedo, y el miedo hace que ocultemos el problema. Lo negamos.
Y esta negación impide que sus presas puedan huir a tiempo.