Vivimos mirando siempre hacia afuera. Qué lindo día hace, y aquellos de allá cómo destrozan cuanto encuentran a su paso, y los otros a lo suyo, y anda en qué líos se mete éste o qué nuevo entretenimiento para matar el tiempo se habrá inventado el P. Y aquel que le dice aquello tan feo al otro, y aquella con su indolencia egoísta de estar siempre en medio de lo que quiere aprehender. Y mira que si al final campan a sus anchas los anchos y los estrechos pues eso, reconcentrados a un lado. Y nuestra visión de la vida se resume a sondear la textura de lo que pisamos, no vaya a ser que nos acabemos por caer, o a decirnos que eso que vemos es lo que hay y apretamos los dientes o pegamos saltos según como esté decantado el saldo de la situación... Así se suceden nuestros días, atentos a lo externo y ello deviene un hábito tan arraigado que llega un momento en que sentimos que todo se nos ha descontrolado. Perdemos las referencias, los ejes se han trastocado y tenemos la s