LO QUE DIGAN LOS DEMÁS
Cada cual tiene un yo que le concierne.
Un yo valiente y timorato, un yo que ríe y que sufre, que lucha y se ahoga en sus emociones. Y éste puede acosar o colaborar, compartir o aislarse, puede lo más y lo menos.
Nos llegamos a identificar tanto con la narrativa que este yo va creándose al trazar su historia dentro de un tejido temporal, aunque el pasado y el mismo futuro que fragua esa fábula sean meras quimeras.
Nos creemos que somos ese yo, ese yo demarcado por nuestro físico y por lo que pensamos y sentimos. Ese yo competitivo de esta parte del mundo, con espíritu de ganador nato dotado de una juventud eterna.
Pero es una ilusión solamente, una construcción mental para funcionar como un agente que tiene responsabilidad sobre sus actos. La sociedad necesita responsables para evitar el caos y ordenarse. No todo vale, aunque esta idea tenga poco tirón dicha en la posmodernidad.
Invertimos tanto en mantener esa “imagen”, ese yo, que nos pasamos media vida apuntalando la otra media con el objetivo de que nuestros semejantes vean lo que queremos que vean. Incluso nosotros nos creemos esas mismas mentiras.
Y cuando no lo conseguimos, sufrimos, nos dejamos de amar e incluso nos despreciamos.
Y este es un mal camino a tomar.
Necesitamos encararnos a los problemas y retos de la vida de una manera más optimista y firme.
Si exageramos el peso de ese yo, si nos conferimos una importancia personal por encima de todo y de todos, cuando los hechos nos devuelvan la cruda realidad, o alguien nos imponga a la fuerza su punto de vista, nos sentiremos heridos y ese dolor se podrá expresar violentamente. Eso hace el enfado.
Por tanto, podemos vivir legitimando el relato que construye este yo, ya que tiene su utilidad, pero sin olvidar que cualquier ataque que no atente directamente sobre su integridad física no es mortal de necesidad.
¿Qué quiero decir?
Que muchos de los ataques dialécticos, de las acusaciones, de los reproches que vivimos como amenazas a las que hay que replicar pueden ser pasadas por alto, si consideramos que en realidad la información que suministran corresponde al que las profiere.
Es cierto, que deberemos tomar una posición respecto a algunas. Decidir qué hacer, si recogerlas o alejarnos.
Lo importante es que cuando somos conscientes de que este yo contra el que se abalanzan es el una creación virtual que pertenece al dominio de las ideas, que constituye una defensa de la mente que crea la propia mente, el dolor se aminora porque no necesitamos defendernos, ya que sabemos quienes somos y que el ataque se puede eludir.
Si usted sabe quien es, si se acepta, si desiste de buscar continuamente la aceptación de todo el mundo, si da una proporción a sus decisiones de modo que no se convierta en mártir ni en verdugo para defenderlas, entonces, menguando su yo, usted se hace más liviano.
La vida pesa menos, y quedan liberadas las suficientes energías para invertirlas en ser quien de verdad, en su fuero interno, es.
Ahora se mueve por el mundo por el riel de menor resistencia. No se impone a nadie, no se defiende salvo si su vida peligra, porque en su espacio mental ya no hay nada que se sienta atacado. No hay mente que pueda herir su mente.
Sigue su camino y hace lo que tiene que hacer porque cree que tiene que ser hecho.
Lo que digan los demás, habla más de ellos que de usted mismo.
Si cree que tienen razón, haga cambios.
En otro caso, no se enrede en trifulcas.
Usted sabe quién es, así que no se despiste.