EH MISTER BULLYNG ¿QUÉ HAGO MAL?


Se ha puesto de moda hablar de Bullying. Numerosas personas lo están padeciendo. ¿Pero qué es exactamente? ¿De qué hablamos cuando hablamos de bullying?

La etimología siempre nos da una pista:“Bull” significa toro, y en este contexto Bullying se refiere a la actitud de actuar como un toro en el sentido de pasar por sobre de otro u otros sin contemplaciones, embistiendo sin consideración.

Ese toro es mister Bully, del que trata la canción.

Bullying es el término anglosajón que acuñó el noruego Dan Olweus en los años 70 para definir lo que nosotros conocemos también por acoso escolar.

Uno de cada cuatro niños en edad escolar sufre acoso o algún tipo de violencia en el colegio. Son cifras del 2007 que revela el estudio Cisneros, las cuales no se han actualizado ante la negativa de los centros de querer aplicar medidas objetivas para evitar visualizar una realidad incómoda.

El inicio del acoso es insidioso, pasa inadvertido y suele empezar con un hecho puntual, trivial. Un niño falla un penalty crucial, comete un error tonto, saca una muy buena nota o una muy mala, o bien aterriza nuevo en el centro escolar... El hecho en sí no es tan relevante, lo que sí es cierto es que por alguna razón llama la atención de su futuro agresor. Ese pequeño detalle fútil, lo convertirá a partir de ahora en su presa, en el objetivo de todos sus ataques.

Una vez el acosador ya ha elegido a quien será su víctima, comienza a desempeñar con él su labor de demolición mental. Le hostiga, le amenaza, se burla de él y lo violenta valiéndose de la fuerza bruta para atenazarlo y someterlo. Así, le puede pegar o quitar sus pertenencias o robarle el bocadillo en el patio o pedirle dinero para que no le golpee. En su pretensión el acosador busca que el episodio se dé ante su público, un público infantil o adolescente, persiguiendo que esos mismos testigos del asedio se lleguen a unir a él en ese mismo fin.

Raramente estos niños acosados contestarán la violencia con más violencia, generalmente la respuesta de estos es ingenua, y piensan que si no hacen nada cesarán en esa actitud. Ello les convierte en un objetivo débil.

Pero no siempre es necesaria la violencia física, especialmente en el caso de niñas, ésta suele tomar un matiz más velado de manera que se recurre a la difamación y al aislamiento de la compañera a la que se acosa mediante una violencia más psicológica.

La reacción del grupo es vital para un desenlace u otro, de manera que algunos de sus integrantes se dejarán llevar y seguirán al líder en el mimetismo que implica la visión de la violencia o se implicarán pensando que si ellos se unen al agresor así será menos probable convertirse en su diana ellos mismos. Otros serán meros espectadores que en silencio aprenderán a ser testimonios mudos de la barbarie y no harán nada por quien está en apuros.

Aprenderán algo muy importante como conducta respondiente hacia el mal: sea a acomodarse a la voz del fuerte y machacar a los más débiles con él, o bien a seguir al mal por temor a lo que pueda pasar con uno mismo o a callar y no actuar por pensar que no va con uno, como acto de autodefensa insolidaria.

Y el mal, no llegaría tan lejos si se le pusiera un límite, si se aislara al que lo hace, pero el toro quiere embestir y el bullying consigue la adhesión de los demás, de ahí su avance.

Todo esto sucederá ante la minimización de estas conductas, ignoradas y banalizadas por los integrantes de los centros escolares. 

Dirán que siempre han pasado cosas así... que es normal que los niños a veces se peguen o se digan cosas feas... Claro, y las personas se matan entre sí y se roban y se hacen cosas terroríficas, pero una sociedad progresa cuando se educa para acotar todos estos fenómenos.

Después están los memes falsos que circulan. Es un tópico erróneo concluir que el niño acosado es un inadaptado social, alguien a quien se le arrincona por ser gordo, llevar gafas o ser muy retraído.

El problema es que conforme avanza el acoso, en una rutina de terror diaria, la víctima acaba interiorizando un sentimiento que finalmente se convierte en indefensión y le lleva a asumir que no puede hacer nada, que todo lo hace mal, que no puede ser que tantos se revuelvan contra él sin tener alguna razón cierta. Entonces, se derrumba.

Creemos que es el acoso que se traduce en violencia física el que más daño produce y no es verdad, lo que destruye a una persona es el hostigamiento psicológico. Duele más que se rían de ti, que te aíslen, que que te peguen una patada delante de todos.

Llegado a este punto empiezan a evidenciarse en la víctima los primeros síntomas que delatan que algo está cambiando para mal: se altera el sueño, el apetito, el rendimiento escolar se resiente, se busca por sí mismo el aislamiento. El acosado siente por sí autodesprecio, cree que hay algo en él que va mal, que lo hace merecedor de lo que le ocurre. Se instalan las pesadillas, la dificultad para concentrarse empieza a interferir en el rendimiento escolar y saltan algunas alarmas que serán mal descifradas.

El niño o púber estalla de rabia, explota sin motivo aparente en su casa, implora no ir al cole inventando un dolor de barriga o cualquier excusa. O de otro modo, a veces aparecen las autolesiones para descongestionar esa sensación de sufrimiento silente y sin salida. No se puede tramitar emocionalmente lo que a uno le está sucediendo, la sensación de estar desbordado lo inunda todo. 

Los padres tal vez notan algo distinto, y entonces deciden llevar a su hijo al psicólogo. Incluso es posible que desde el propio colegio se haya hecho esa sugerencia, poniendo el foco del problema en el niño. Y el psicólogo puede ver lo evidente sin contexto y acaba etiquetando con un diagnóstico equivocado al niño, y tratándole una depresión o de hiperactivo o limitando el problema a un déficit de habilidades sociales... confundiendo el efecto con la causa.

Llegados aquí en la víctima pueden aparecer ideas suicidas que lleguen a materializarse. 
¿Qué ha sucedido?

Se ha convertido a la víctima en un enfermo en vez de descubrir que solamente es un chivo expiatorio utilizado por un líder de un grupo que atrayendo a otros a la violencia se unen en una catarsis colectiva en la que son todos contra uno. 

Y el uno tiene todas las de perder, seguro.
Así, el chivo deviene un integrador negativo, es decir, gracias a él el grupo está cohesionado, aunque negativamente, frente a un enemigo común.

Y esa es la función del chivo expiatorio. 

El niño acosado no es un inútil, ni un bicho raro, ni un enfermo mental, es muy importante que entienda la dinámica de la situación porque el problema es que llegados a esta etapa en la que ellos mismos se creen a sus ofensores se hunde su defensa, su personalidad se viene abajo como un castillo de naipes y la enseñanza que les queda es que están condenados en un futuro a ser inadaptados sociales y esto no es verdad.

No es verdad.

La imagen del grupo en el bullying es un espejismo que no refleja la realidad de la víctima sino la necesidad de un líder de ganar audiencia a través del imperio del miedo y la violencia impunes.

La manera de frenarlo es implicando a los espectadores, porque el acoso se produce para ganarse a los demás para su causa. Si los demás no consiente, si no toleran la conducta del cabecilla, éste no podrá llevar adelante su macabro plan con el que psicológicamente intenta destruir a otro ser humano.

Obviamente, la tolerancia cero y la imposición de límites claros tanto en las familias como por parte de los educadores serán necesarios para que los acosadores aprendan que toda acción conlleva unas consecuencias.

Cuando la sociedad, las escuelas, los profesores, los padres no son capaces de visibilizar este problema, de darle un espacio desde el que crear un mecanismo de acción para combatirlo, para erradicarlo exponen a todos sus miembros a un triste pero real aprendizaje si el acosador y sus acólitos quedan impunes. La inacción en este caso prepara el escenario de acosadores que el día de mañana los encontraremos en la pareja, en el trabajo... por tanto, si deseamos con sinceridad una sociedad mejor hemos de empezar por aquí.

De poco sirven las campañas publicitarias, los me gusta, y el yo también soy X, si después de los gritos las cosas quedan igual que antes.

Por María José Pozo