CUANDO NO HAY UN LUGAR A DONDE IR
A veces uno se puede sentir abrumado, oprimido, no por un hecho en particular sino por todo en general. No por algo específico sino por una suma de muchas pequeñas cosas que emergen desordenadas trayendo caos a sus días.
La situación es muy
imprecisa y difícil de concretar.
Uno habla y nadie
escucha. No importa si hay o no conocimiento detrás. Se vive sin que nadie
ponga oído.
Si por casualidad
alguien escucha, entonces no lo creen.
Uno llega y todos se
van. Es mirado pero no es visto.
Está pero nadie repara
en él, como si se encontrara ausente.
Uno está en el mundo pero el mundo, de alguna forma extraña, no está en uno.
En fin, Uno se resiste
y piensa que la batalla será dura.
Así, se esfuerza y lucha,
hasta con las entrañas, para salir de esa circunstancia pero sin ningún
resultado.
Inicia acciones en un
intento de abrir algún camino, y fracasa una y otra vez.
El terreno no es estable
por lo que todo cuanto encuentra lo hace tropezar y precipitarse en el suelo. De
modo que todo camino que inicia se cierra, o se precipita hacia la nada
abismándose o bien queda obstruido por la maraña del entorno, que le acecha con
el furor amenazante de las cosas opuestas, cercado por una mano invisible que
lo aprieta, lo aprieta y aprieta más.
Dan ganas de huir,
pero... ¿hacia dónde?
No parece que haya a
dónde ir...
En aquel momento, uno
se interroga con honestidad: ¿Qué hizo para estar allí?
Nada. No hizo nada y
por tanto no lo merece pero el caso es que está. Ahí.
En realidad,
enfrascarse en encontrar una respuesta a esa pregunta sería perder el tiempo.
Como lo sabe, la deja
con la consciencia del que es inocente y de que no ha ido a encontrar a
propósito ese destino.
Pero las preguntas se
le agolpan en la cabeza. Piensa y piensa.
Se da cuenta de que continuar
avanzando lo pondría en nuevos apuros, dejándolo además sin energías en un
futuro, por lo que decide que será mejor dejar de aporrear esos hechos que no
le gustan y relajarse un instante.
La tentación, siempre
que nos alcanza un mal es escapar, huir, desear salir como sea de esa situación
rápidamente, no querer vivirla. Él no es distinto, por lo tanto, en esa
coherencia golpeará y golpeará hasta intentar abrir una brecha en el muro de sus
problemas.
A veces, esta
estrategia sirve pero es importante reconocer cuando no. Y éste es el
caso.
Bien, prosigamos con
nuestro ciudadano.
Se siente amenazado y
en riesgo por todo su entorno. No puede acreditar que en verdad cabe todavía un
peligro mayor si sigue en esos pasos y es que sus pensamientos, sus emociones,
su propia confianza, queden impregnados negativamente por esa vivencia que
experimenta desde el desaliento y el desamparo. Eso le conduciría a forjar una
autodefensa más descarnada y sus actos surgirían desde esa reacción de
supervivencia, pasando por alto lo que el contexto necesita.
Deberá, entonces,
contenerse, parar y respirar profundamente unos minutos, notar su cuerpo y cómo
entra y sale el aire en sus fosas nasales. Eso le permitirá conectarse a su
cuerpo, centrarse y dejar de seguir a su mente asustada y, lo que es más
importante, dejar de obedecerla en todo, sin pensar.
El movimiento es en
realidad muy sutil. De esta manera uno toma una cierta distancia de aquello que
le está dañando.
Y bien...
¿Qué puede hacer este
ser humano para que la oscuridad que le rodea no penetre e invada su interior
haciendo que él también se pierda?
Porque esto sería lo
peor que en verdad podría suceder, que se perdiera a sí mismo y que fuera
empujado de aquí para allá sin más rumbo que el que le señala su ceguera.
Sí, uno puede estar
perdido, carecer de coordenadas desde las que ubicarse, puede perder esto, lo
otro, puede quedarse sin nada, con los bolsillos vacíos, sin dinero, sin
amigos, en la más absoluta soledad, pero hay algo que no puede perder jamás,
bajo ninguna circunstancia, y esto es: nunca puede perderse a sí mismo porque
esto le condenaría sin remisión.
Afortunadamente, en su
interior todavía no imperan las penumbras, sino que hay un resquicio de luz desde
el que puede ver con claridad.
Deberá seguir esa
visión pues es lo único que se conserva cierto y real. Cierto y real frente a
la realidad de afuera que lo puede confundir y subyugar.
Lo puedo oír palpitar,
nuestro ciudadano sabe que puede soportar esta situación si no se deja perturbar
por ella, si mantiene la confianza en esa luz.
Tal vez esa luz prende
frágil y oscilante desde su interior, el mínimo aire la extinguiría, por lo que
debe protegerla. Protegerla y seguirla, mantenerla de manera que nada, tampoco
nadie, la apague.
Y esa luz es descubrir
cuánto tiene de abierta la experiencia, cuánto pide de apertura de su propio
corazón, de su mente, en el sentido de que les dé un espacio en el que
permanecer. Y en ese espacio se encuentra el sosiego para aceptar la
experiencia con valentía, buscando la alquimia que convierta la piedra en oro, investigando
lo que puede de positivo tener.
Toda circunstancia
adversa es un reto, una oportunidad que nos desafía y que se salda con
autoconocimiento personal situándonos en el meridiano de entender, desde el
núcleo de nuestro sentir, como los demás también sufren y el dolor propio nos
muestra el camino que conduce a querer acabar con el de los demás.
Igualmente, cuando uno
acepta el sufrimiento y continúa con su vida en paz, sin añadir al dolor más
dolor, sin rechazar aquello que le incomoda, cuando una asume las condiciones negativas
como una parte más de la vida, una más, al igual que se hace con las positivas,
entonces uno puede continuar sin desfallecer.
Porque la irritación
que sentimos respecto a aquello que no nos gusta de cuanto nos pasa, el
pensamiento revolvente que rechaza eso que nos está sucediendo, contribuye a
darle más fuerza, convirtiendo esos hechos en sólidos bloques infranqueables.
Uno puede proseguir
con su vida en la convicción de que puede sostenerse, en la certeza de que si
no exagera sus males sus demonios estos no le atacarán con tanta virulencia.
Lo sé, lo sé de
verdad.
Quizá las cosas
durante mucho tiempo se mantengan, igual de torcidas, pero al cambiar uno, al
modificar su perspectiva del asunto, su mundo también habrá cambiado.
Quizá le sucedan cosas
no muy alentadoras pero no se hundirá, pudiendo ser feliz dentro de sus
problemas. Tal vez con cosas distintas a las que pensaba, eso sí. En ese
replanteamiento también nos pone la vicisitud.