BUENO, BONITO Y BARATO... REBAJAS
Llegaron las rebajas. La gente ha salido a comprar, los comercios abren hasta en domingo.
Las calles están atestadas de gente, palpitan las prisas, la necesidad de ser más rápido para cazar la ganga, romper las huchas o tirar de tarjeta de crédito, todo sea por adquirir aquello que tanto deseamos: algo bueno, bonito y barato. Y si no es bueno, que al menos sea lindo, y si no... pues barato.
Unos se abstienen porque no pueden entrar en el juego que el consumismo les plantea y sencillamente no acuden a las rebajas. Puede que esta idea les mortifique o les suponga una liberación, depende.
Otros, no comparecen porque han optado por una vida sencilla en la que los objetos son preciados en función de que cubran una necesidad real.
Los hay que las llevan esperando casi un mes, y cuando llegan, son los primeros en llenar los comercios. Compran y compran, a sus niños, a sus familiares y también a ellos mismos. Son los que en esta ocasión han quedado subyugados por el descarado cartel publicitario del: "Quiéreteme". Una manera de conmemorar y hacer grande al propio ego.
Los publicistas saben el hueco que llenan...
No importa que lo que adquieren, en el mejor de los casos, lo utilicen un par de días y se cansen. O que en el peor, lo que sea no vuelva a ser usado. Al fin y al cabo por ese precio... han comprado una ganga.
Con los niños sucede un poco igual. Si los padres actúan como si el mero hecho de comprar compulsivamente y sin razón fuera suficiente para ser feliz, lo que estos ven, es que llevar muchas bolsas llenas, decir sí a todo, es lo mejor que te puede pasar y por eso te convierte en alguien dichoso.
Asimilan felicidad a tener, a acumular, a desear y cuando se compra el objeto de deseo, se vuelve a la tienda a comprar más.
Cuando el día de mañana tengan su ración de no, porque en la vida todo no se puede y mucho menos siempre, entonces estos pequeños lo pagarán muy caro con dolor, frustración y rabia.
No importa lo duro que sea el trabajo, las condiciones vergonzantes que uno tenga que sufrir para juntar unos euros, o que de otro modo, sea dinero fácil regalado casi sin hacer nada, o que no se tenga y se compre a crédito, es decir, comiéndose el futuro... el caso es que hay que comprar.
Pero el efecto de esta hipnosis es corto y dura poco y a los días uno vuelve a su estado de ánimo desencantado. Se siente el bajón, y el hastío de cosas que ya no llenan como uno pensaba. Y terminan llenando el armario, el trastero o una habitación... Aunque hay un hueco que no consiguen colmar, un vacío que nos carcome...
Es normal, las cosas son cosas, pueden hacernos la vida más fácil, darnos una cierta comodidad, una alegría residual, estatus, enviar el mensaje a los otros de nuestro éxito material, provocar celos y envidia, hacernos sentir superiores, y a los demás miserables,... Pueden suscitar muchos sentimientos pero en sí solamente son cosas, cosas.
Todo este artificio, este arsenal de emociones, de mensajes e ideas panfletarios son solamente una creación humana.
Y flaco favor les hacemos a los más pequeños pues buscarán la felicidad en un lugar en el que indefectiblemente no está.
Porque la felicidad no está en las cosas, no está en los escaparates, no está en tener más y más, sino que es un estado de nuestra mente.
Si nuestra mente no está apacible, si está agitada por el querer más y más y perseguir atropelladamente objetos y objetos, si no va poder disfrutar porque está cegada por la obsesión a que le empujan todos sus deseos, si lo quiere todo, si lo consigue temerá perderlo y si no lo consigue se entristecerá, irá de la euforia a la pena, de la dicha a la frustración, de aquí para allá, sin más rumbo que ver lo que uno mismo quiere.
Entonces, es posible que tengamos una cierta sensación de aislamiento en el que cada vez luchamos más arduamente por conseguir lo nuestro sin importarnos mucho en qué punto se hallan los demás.
Es nuestro propio yo que, con todos sus requerimientos, exigencias y necesidades ficticias queda encerrado en sí mismo. Uno termina exclusivamente tras su propia sombra a la que persigue sin mucho juicio: yo quiero esto, lo otro... y deja de ver si eso es compatible con su propia salud mental, si le está dañando a él y a los demás.
Y si uno está cada vez más separado de los demás, el sentimiento de soledad se incrementará y para acallarlo necesitará comprar todavía más, o beber un trago más de lo acostumbrado...
Y así empieza a agitarse en nuestro interior un torbellino de emociones negativas porque queremos llenar un hueco con algo que tiene una función más superficial, como es cubrir una necesidad material.
La manera de disolver ese vacío, creado por una necesidad no material, puede consistir en vivir más conectado a uno mismo, atendiendo exactamente a las necesidades reales que surgen en nuestro mundo habitual.
Cuando uno está conectado a sí mismo, cuando entiende que dentro de sí puede tener un poco de tristeza, o de rabia, o de aburrimiento, o de apatía y que son estados transitorios por los que es natural que pasemos durante una parte de nuestro viaje vital y que no pasa nada, que están sí pero que si se relaja y no insiste se diluirán en su propia esencia.
Uno puede decir: "Hay tristeza, o impaciencia, o deseo, o desesperanza..." Están hay con su mensaje a descifrar. Quizá la tristeza es por el descubrimiento de que la vida pasa tan rápido y uno ha de adaptarse a este pensamiento. O la impaciencia es el sentimiento que experimenta porque ha de trabajar más sobre su paciencia y entender que hay que dejar cada cosa a su tiempo y no apremiarlas. O quién sabe, puede ser que su deseo ferviente de tener un nuevo auto de gama alta aunque le cueste la salud le esté revelando la necesidad de trabajar sobre su apego a los objetos que es desproporcionado. Y esa desesperanza acaso le quiera mostrar la necesidad de que usted se ocupe más de sus expectativas y no se enganche los dedos al pretender que siempre se tengan que cumplir...
Cuando una conducta se convierte en un acto ciego, compulsivo, irrazonado, hemos de detenernos y mirar hacia dentro, y quitar la mirada del exterior.
Dentro suceden cosas interesantes que nos enseñarían mucho sobre nosotros mismos.
Descubriríamos que cambiar de cosas no es lo que más nos hace felices, que la felicidad es un estado del ser, no del tener.
Y cuando uno está conectado a sí mismo, apacible, centrado, es capaz de abrirse a lo que hay afuera, a la experiencia. Y las mejores... suelen ser a precio cero.
Gratis total.
Tenemos que relajarnos y volver a una vida sencilla y con sentido. Compre lo que necesita porque lo necesita.
Y recuerde a Séneca: "No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".