DÉJEME ADIVINAR
Imagine que he descubierto recientemente que
tengo poderes paranormales y puedo saber exactamente qué pensamientos están
pasando en este momento por su mente, tan solo concentrándome al mirarle a los
ojos.
Vamos a ver, no tema, no sufrirá en absoluto,
el ejercicio es inofensivo, digamos que yo seré otro testigo más de lo que
usted se dice a sí mismo en su dialogar interior.
Déjeme acercarme y mirarle...
“Detesto el tono
con que me lo dijo, no puedo soportar que me hablen así. ¿Qué se ha creído? No
tiene ningún derecho. Menudo atropello, no lo voy a consentir. Ya verá de lo
que soy capaz, no pienso callarme más.
Le servirá con
otros pero conmigo no. No puedo quitármelo de la cabeza. Su acento al
decírmelo, su velada sonrisa.
No puedo, qué
villano, acaso se cree por encima del bien y del mal. Alguien debería ponerlo
de una vez en su lugar.
Todo lo que hace
me parece infame. Siempre parece estar a la vuelta de todo. Es un pequeño
detalle que empaña todo lo demás, una muestra de todo lo que es capaz...
Y mira el tráfico,
la gente siempre tan intransigente cuando coge el volante. ¿Y dónde va aquel?
Seguro que lleva media hora aparcado en doble fila.
Todo el día
corriendo de aquí para allá, menudo agobio. Este estrés es como vivir sumergido
en el infierno... y siempre es lo mismo, prisas, quejas, gente maleducada, exigencias,
y un no parar de pedir... nada cambiará nunca. Quisiera morder a alguien,
gritar basta, me siento rabioso con todo y no veo otra salida que seguir el
impulso de esta ira....”
Muy bien. Estas son las ideas que surgen de
su mente. No le voy a reprender. Son las que son y con ellas hemos de trabajar.
Por primera vez, usted las puede compartir
con otro ser humano tal cual prorrumpen. Como puede observar, no están
agolpadas, sino que más bien aparecen y después se desvanecen despertando al
tiempo toda una gama de emociones que sumadas construyen un estado de ánimo.
Alguien le dijo algo que le incomodó mucho.
Bueno, ciertamente no fue el contenido en sí, que desconocemos si no lo
menciona usted. Fue más bien la entonación que utilizó para decírselo. Eso le
hizo sentir mal.
A efectos prácticos es trivial si la otra
persona intentó premeditadamente ser ofensivo con su tono al hablarle o si, de
otro modo, fue usted que sacó esa conclusión, es decir, que interpretó ese
hecho como malévolo sin datos objetivables.
Como quiera que sea, usted se siente muy
enojado y alberga pensamientos muy negativos respecto a ese individuo. Digamos
que un detalle que no le gustó, uno, ha terminado ensombreciendo el resto del
personaje.
Su enfado no le permite ver con claridad y
usted en plena incapacidad cognitiva extrae conclusiones que no se derivan
necesariamente de la persona que le ha suscitado esa emoción.
Solamente es capaz de ver su parte oscura,
olvida el resto, lo ensombrece y condena así a su lado más amable a la más
absoluta oscuridad.
El problema radica en que el enfado, cuando
se le alimenta con más pensamientos despreciativos, termina haciéndose más y
más grande.
Y lo que inicialmente permanecía estanco y aislado
en una parcela de su mente va invadiendo nuevos espacios y contagia el resto de
lo que ve con esa maraña que hace hostil todo cuanto se le presenta a la vista.
En realidad, todo parte de su primera emoción y del contagio de su enfado al
resto de sus pensamientos.
De algún modo, parece que el día se ha girado
del todo para usted. El tránsito de ruedas, la otra gente, las prisas, el
estrés empujan una válvula a punto de hacerle estallar.
Y al final de ese camino que ha tomado su
propio pensar se encuentran otras emociones: la tristeza y desesperanza, la
rabia de que todo sea como le parece que es, de que las cosas no cambien y sean
igual a sí mismas...
Sí, claro que sí.
Las cosas externamente pueden cambiar. No hay
nada estable fuera de su cabeza. Los días vienen y van. Las personas se
muestran alegres y otras veces descontentas, exigentes, complacientes,
litigantes... Hay para todos los gustos, transitan por sus emociones y su
pensamiento en el próximo minuto puede ser muy distinto a lo que pensaban antes.
El paisaje cambia, las horas cambian, unos entran otros salen, y en ese fluir
usted tampoco es el mismo.
Incluso, si no insiste más en alimentarlo, su
enojo también pasará y el resto de sus sentimientos e ideas.
Puede en otro caso convertirse en un enojado
crónico...
La cuestión es que en realidad el infierno
puede ser o no un lugar. Imagine una persona que está viviendo en un Estado que
está en guerra y sobrevive atrincherado muerto de miedo entre las piedras de un
edificio a medio derruir. O póngase en la piel de una adolescente que está
siendo maltratada por su pareja y piensa que se lo merece. Esos podrían
considerarse infiernos en cierto sentido, lugares de los que es difícil huir.
Pero su infierno es conjetural, subjetivo, es
su propia mente. Su mente está encerrada en sí misma y solamente puede ver a
través del cristal del enfado y la frustración. Es una mente enfocada en sus
propios problemas, y eso le hace amplificarlos y verlos como más importantes de
lo que son.
Es su propia perspectiva la que le hace
sufrir. Sufre por sus emociones negativas. Ellas son las que le causan dolor a
su mente.
Necesita dar más espacio a su mirada, poner
en contexto cuanto le sucede, enfocar sus cinco sentidos en una acertada
dirección, atendiendo a todo cuanto sucede a su alrededor y abstraer cuánto hay
de proyección suya en ello.
A menudo no vemos la realidad porque nuestras emociones están en medio, y las proyectamos sobre lo que vemos.
Hay cosas que nos gustan y las perderemos,
otras las tenemos y querríamos que no estuvieran ahí. No hay que atribularse
tanto porque las cosas cambian y la vida no dura siempre.
Pensemos a menudo en ello. Moriremos todos.
No sabemos cuándo.
Por tanto, demos sentido a este tiempo de
modo que cuando llegue el final podamos decir que intentamos vivir una vida en
la que si no hicimos bien, al menos no perjudicamos a nadie.
El tiempo es valioso no porque sea oro, como
decía Franklin, sino porque es escaso e incierto. Por tanto, aprovechemos esta
vida.
Cuando uno está en el momento presente no
permanece aprisionado por el enfado que sintió en otro momento, en el pasado,
ni lo proyecta con más pensamientos en el futuro.
Uno siente el enfado, pone su atención
desprejuiciada, lo reconoce y deja que se vaya diluyendo en su propio espacio,
sin interferir.
Pero para hacer esto hay que estar muy
atento, mucho. Y no una vez, no un minuto, no unas horas sino todo momento de
vigilia.
Uno ha de convertirse en su propio centinela
presto a pillar in fraganti un pensamiento, una emoción aflictiva.
Si no somos conscientes de lo que nos pasa,
de lo que pensamos, de lo que sentimos, nuestra mente negativa, nuestras
emociones perturbadoras nos dominarán y responderemos a cuanto nos ocurre
instintivamente.
La verdadera libertad no la dan unas u otras
ideas, sino la atención.
¡Ah, olvide todo cuanto le he dicho... no
puedo adivinar lo que piensa y esto solamente fue un sueño...!