Cuando alguien que amamos muere experimentamos fuertes sentimientos que se van apaciguando si somos capaces de ir soltando poco a poco. La vivencia del tiempo cambia. De golpe uno se ve suspendido en la nada, en una dimensión sin tiempo consciente, observando a su alrededor un mundo envuelto en una bruma que convierte los objetos cotidianos en extraños, en un espacio atemporal en el que con dificultad se juntan unos pensamientos sobre la mecánica que mueve esa realidad. Se mira sin ver, se está presente sin esta, y la realidad se torna tan real, tan descarnada, que apenas queda el esqueleto que la sostiene. Así, la estructura de lo real se desmorona y se torna irreal. Aquellos lugares habituales parecen otros muy distintos, tanto que los reconocemos con perplejidad. Las emociones quedan contenidas tan adentro que el entorno se vuelve plano y anodino. Las demás personas no nos sugieren nada, más allá de lo que se ve. Estas alte...