A DONDE VAN TUS PASOS


"El camino que sube y el que baja es siempre el mismo camino".

 
En cualquier vida que observemos hay pliegues, hendiduras por las que se filtra la realidad haciéndonos conscientes del camino que se está transitando en ese momento.
 
Hay caminos rectos o zigzagueantes, áridos o de un verde que eclosiona, pequeñas cuestas y altas cimas, desfiladeros y atajos, giros sinuosos a un lado y al otro, callejones sin otra salida que por donde se entró, lugares desconocidos en los que el asombro sucede a cada paso,...
 
La experiencia del camino comporta un trasiego de emociones cambiantes que nos espolean para ir en una u otra dirección. Tomamos distancia de aquello que nos encoge el corazón, a veces no existe esa opción o sencillamente es optar por el camino más cabal y nos hemos de despedir de aquello que amamos empujados por la necesidad, cualquiera que sea ésta. Esa elección supone inicialmente realizar una esfuerzo para superar esa circunstancia que es vivida como una pendiente por la que hemos de ir trepando.
 
Sin embargo, contamos con un mecanismo de adaptación que nos permite, si funciona correctamente, hacer frente al dolor que consecuentemente sentimos. Se trata de la habituación. Nuestro estado de ánimo, después de un tiempo se calma solo. Las emociones son como olas que van y vienen hasta romperse en la orilla del mar. En nuestro interior sucede lo mismo, si permitimos que emerjan, si toleramos que estén ahí sin reaccionar a ellas demasiado, soportando los momentos grises y oscuros. Sucede naturalmente, siempre y cuando nosotros no interfiramos con nuestra mente ofreciendo resistencia a ese proceso de homeostasis.
 
Cuando nos resistimos a lo que sentimos, cuando no lo aceptamos, cuando nos provoca emociones negativas como el miedo, la ansiedad, la tristeza excesiva o el odio más recalcitrante y batallamos con todas ellas las terminamos por incrementar. Es nuestra atención, el foco de nuestra consciencia lo que nos permite sentirlas, mirarlas como el que las ve desde afuera, como si estuviéramos viéndolas en un escenario en el que le suceden a "otro" que no somos nosotros. Y entonces, no sucumbimos a ellas sino que tomamos nota de su mensaje y nuestra mirada se torna límpia. Y en ese instante, las cosas se nos muestran tal como son y así nuestra decision, sin distorsiones de nuestras fobias y filias, puede ser más saludable y sabia.
 
Igualmente, hay emociones que nos enciman, nos suben a una cumbre desde donde todo parece perfecto y en su sitio. Es otra experiencia del camino, impermanente y que en un momento u otro mudará y hemos de estar preparados.
 
En realidad, el camino que sube y que baja es siempre el mismo camino, somos nosotros lo que mudamos nuestro interior a tenor de la apuesta que hemos hecho en el mismo. No hay gran cosa que ganar o perder sino más bien el paisanaje y las vivencias que nos deja el contacto vital con otros seres humanos y la enseñanza de comprobar de facto cómo funciona el mundo y cómo actuamos cada uno en él contribuyendo a que sea mejor para otros o limitándonos a la propia autosatisfacción.

Tal vez el contexto, la capa cultural de un lugar, confiere una cierta idiosincrasia al tipo de soluciones que ofrecen las experiencias, se matiza esto o aquello. Pero pensemos, el camino es de todos, no pertenece a nadie porque solamente es un tránsito en el que se fluye. Y por diferente que se nos muestren las cosas en su apariencia hay siempre un elemento compartido: en todas partes las personas tienen en común el deseo de ser felices y de no sufrir. Lo que nos une es quizá más fuerte que lo que nos separa si lo consideramos cuando nos relacionamos con los otros.


María José Pozo for BCNpsicoterapia.